El jazz es un choque de trenes

Habla con pasión de la escritura de Ruiz Zafón, para después verbalizar su admiración desmedida por el genio avanzado de Picasso.

También presume de amigos y compañeros como Herbie Hancock y cita a Stephen Hawking o al bosón de Higgs para explicar las partículas de su propia divinidad jazzística. Wayne Shorter (Newark, 1933), leyenda viva del jazz contemporáneo, compareció ayer ante los medios de comunicación con motivo de su participación, esta noche, en la 36º edición del Getxo Jazz. Y todo fueron lecciones: de música y de vida.

El venerable saxofonista que ocupará un púlpito privilegiado en el segundo gran quinteto de Miles Davis se presentó ante la prensa tremendamente afable y cercano, muy lejos de los divismos que a veces rodean a este tipo de estrellas.

Acompañado de su actual pareja, Carolina, Shorter habló de lo divino y de lo humano, de cuestiones que para él están íntimamente relacionadas. «Lo importante es atender al constante desafío creativo, crear el momento mágico a través de la improvisación y compartirlo con el público, que a su manera también acaba siendo partícipe de la creación, ya que soy de los que creen en el potencial de todos los seres humanos.

De ahí que defienda igualmente que la música deba estimular relaciones de igualdad».

Heredero de la espiritualidad saxofonista y jazzística de John Coltrane, Shorter se enfrenta al hecho artístico cargado de unas razones musicales que él siempre vincula a la cotidianeidad humana, sí, pero también a lo divino: «El jazz es vivir en otro mundo, una búsqueda constante de lo desconocido, un choque de trenes de emociones. Es un desafío permanente y apasionado que otros han entendido a su manera, como los científicos que acaban de hallar el basón de Higgs o como Stephen Hawking y sus agujeros negros. O el genio de Picasso. El jazz es un momento eterno».

Referencia indiscutible en la modernidad del género y faro luminoso del jazz que habrá de visitarnos, Shorter se presenta en el Getxo Jazz en alineación de cuarteto, un grupo salvaje de líderes formado por el pianista Danilo Pérez, el contrabajista John Patitucci y el baterista Jorge Rossy, que ocupa la plaza del titular habitual de la banda, Brian Blade. «Conocía a Rossy por su trabajo junto a Brad Mehldau.

Cuando tuve que suplir la baja de Blade le pedí a Joe Lovano que me hiciera de intermediario y aquí estamos», confesaba ayer el saxofonista no sin ocultar una anécdota surrealista al respecto: «Estábamos invitados en un seminario en Argentina y Danilo y Patitucci me insistieron en que contratara a un granjero que se había apuntado a los cursos y que al parecer tocaba muy bien la batería. Me insistieron una y otra vez, pero acabé apostando por Rossy».

Tras una historia plagada de éxitos y reconocimientos, a Shorter no le pesa la responsabilidad, al contrario: «A estas alturas no tengo nada que perder». También mantiene firme e innegociable el secreto de su actual cuarteto: «Todos desarrollan labores humanitarias, lo cual confiere a la banda una personalidad muy especial. Porque un ordenador no es nada sin la persona que lo maneja. La música es igual: está hecha por personas y se tiene que notar».

Otro asunto menos evidente es la fórmula que emplea para sacar rentabilidad artística a los miembros de su cuarteto: «Hay libertad de acción y pensamiento, nunca ensayamos y dejo que esa aventura constante hacia lo desconocido domine toda nuestra creatividad». ¿Les suena? Sí, la vieja fórmula que siempre empleó su admirado maestro Miles Davis.

Antes de concluir el encuentro infromativo Shorter avanzó su futuro trabajo junto a la Orquesta Filarmónica de Los Angeles, una suite de ocho piezas con arreglos de Vince Mendoza y un grupo de jazz con gente como la contrabajista Esperanza Spalding. «Andaban buscándole un nombre, música 'clasijazz', 'jazzclass'… ¡Qué más da! Lo importante es el desafío de sacar adelante esto con éxito».

«El jazz es vivir en otro mundo, un choque de trenes, un momento eterno»

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