Cuando, el 16 de junio de 1943, Charlie Chaplin, de 54 años, se casó con la jovencísima Oona, de apenas 18, ella no era una total desconocida para el gran público. Su padre, el premio Nobel Eugène O'Neill, era el dramaturgo más grande de su época y ella, la protagonista asidua de las columnas sociales. J.D.
Salinger le enviaba larguísimas cartas de amor, Truman Capote se inspiró en ella y en sus dos amigas íntimas para el personaje de Holly Golightly de Desayuno en Tiffany's y Orson Welles se ofreció a ser su chevalier servant en Hollywood cuando se instaló allí con la intención de ser actriz. «Pero si bien Welles tenía la voz más bella del mundo, como años después Oona confiaría a sus hijas, fue el charme de Charlot lo que la conquistó en un instante. Su hijo Michael dice de él que tenía un poder hipnótico sobre la gente, y que el primer encuentro producía el efecto de una descarga eléctrica», señala Meyer-Stabley, autor de la primera biografía que le hace justicia.
Salinger le enviaba larguísimas cartas de amor, Truman Capote se inspiró en ella y en sus dos amigas íntimas para el personaje de Holly Golightly de Desayuno en Tiffany's y Orson Welles se ofreció a ser su chevalier servant en Hollywood cuando se instaló allí con la intención de ser actriz. «Pero si bien Welles tenía la voz más bella del mundo, como años después Oona confiaría a sus hijas, fue el charme de Charlot lo que la conquistó en un instante. Su hijo Michael dice de él que tenía un poder hipnótico sobre la gente, y que el primer encuentro producía el efecto de una descarga eléctrica», señala Meyer-Stabley, autor de la primera biografía que le hace justicia.
Oona sufrió de pequeña el abandono y la indiferencia de su padre, y halló la felicidad en un hombre de la misma edad que este. Interpretaciones psicoanalíticas aparte, su hija Victoria habla en el libro del amor absoluto que se profesaban: «Encontró en ella todo lo que siempre había buscado». ¿Una mujer niña? Quizá, pero una madre también. Al año siguiente de su boda, nuestra Geraldine venía al mundo. Rápidamente le siguieron Michael, Josephine y Victoria. Chaplin adoraba verla embarazada, sentada, haciendo alguna labor manual.
En 1952, en plena caza de brujas macarthista, la familia tuvo que abandonar Estados Unidos y se instaló en la localidad suiza de Vevey. Allí nacieron Eugène, Jane, Annie y Christopher, el último, en 1962. Oona dirigía la mansión y dejaba a Chaplin que trabajara con total tranquilidad en su obra. Del libro emerge una imagen muy distinta a la que transmitía Charlot, la de un padre distante, dictatorial. «No era un hombre fácil. Victoria recuerda sus terribles cóleras. Los niños le tenían mucho miedo. A medida que envejecía, se volvió más y más celoso. En un momento, hasta sospechó que Oona tenía una relación con el hijo de Sydney, uno de sus dos vástagos de un matrimonio anterior; es decir, con su nieto. El joven, que visitaba la casa, fue expulsado ipso facto.» La relación entre Charlie y Oona era tan intensa que, forzosamente, los hijos quedaban fuera. «Los más jóvenes sufrieron en mayor medida ese sentimiento de exclusión. Por lógica, recibían más atención cuando esta se repartía entre cuatro que entre ocho. En este sentido, es interesante remarcar que los que nacieron primero son más artísticos que los últimos», observa Meyer-Stabley.
Chaplin muere el 25 de diciembre de 1977. Oona le sobrevivirá 14 años, una época de sufrimiento y alcoholismo durante la que, como revela el libro, tuvo un breve affaire con el actor Ryan O'Neal. Annie Chaplin comenta: «Cuando murió papá, mamá también lo hizo». La deriva alcohólica de Oona fue para sus hijos una sorpresa absoluta, no era algo que casara con su carácter. Un camino aciago que afrontó como todo en su vida: con intensidad. No encontraba razón de vivir y se abandonó sin medida, con la misma pasión que entregó su vida a su marido. «Cuando murió papá, mamá también lo hizo», comenta Annie Chaplin en el libro. La deriva alcohólica de su madre fue una sorpresa absoluta, no era algo que casara con su carácter.
Retrato de damas
Bertrand Meyer-Stabley es un especialista en biografías de mujeres.
Jackie Kennedy, Carolina de Mónaco, Audrey Hepburn, Ingrid Bergman, Greta Garbo, María Callas... Todas ellas han sido biografiadas por este autor de retratos femeninos.
¿Cuál es su criterio para elegir los personajes?
B. MEYER-STABLEY. Todos son mujeres míticas del siglo XX, pero, además, siempre tiene que ver con la fascinación. Escribir una biografía es un trabajo enorme, de investigación, de entrevistas. Durante uno o dos años te sumerges en la vida de otro, de modo que el personaje te ha de atraer. Dicho esto, algunas me llegan más. Como Audrey Hepburn, un ser maravilloso.
¿Le resultó antipática alguna estas mujeres?
No, ni siquiera la duquesa de Windsor, que no era precisamente agradable... Un biógrafo también debe hacer que su personaje resulte atractivo.
¿Por qué Oona Chaplin?
¡Qué vida tan increíble! Basta con verla a los 17 años, hija del autor americano más grande de su tiempo: J. D. Salinger la ama apasionadamente, Truman Capote es su mejor amigo y Chaplin se enamora de ella. En esta mujer nada es banal, ni siquiera su autodestrucción.
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