El bosón de Higgs no es algo que podamos tocar, ver o fotografiar. No es algo fácil de entender ni de demostrar. Pero ha sido uno de los mayores atractivos de la ciencia moderna en las últimas décadas y una de las mayores fuentes de inspiración para científicos y no tan científicos. Es complejo pero permite responder a preguntas sencillas, y ahí reside su misterio.
La euforia desatada entre los físicos por su casi seguro descubrimiento el miércoles en el CERN (Organización Europea para la Investigación Nuclear) de Ginebra ha llevado a algunos de los máximos exponentes de la Física mundial a asegurar que se abre una nueva era para esta disciplina.
Ese halo enigmático del Higgs empujó a un hábil editor literario a proponerle al Nobel Leon Lederman La partícula de Dios como título para su libro, e hizo que el físico aceptara a sabiendas de que se transformaría en un formidable reclamo.
El público y la prensa mordieron de inmediato el anzuelo. Y hasta la Iglesia consideró que era juez y parte en una materia en la que difícilmente se hubiera metido si se hubiera bautizado La maldita partícula, como quería Lederman inicialmente. Pero lo cierto es que la partícula, enunciada por el físico Peter Higgs en 1964 y que explica el origen de la masa, tiene todos los ingredientes para ser objeto de la Epistemología, del estudio del conocimiento.
«La masa es un concepto tan básico, que nos ha llevado a ser reduccionistas y a conferir la propiedad a los constituyentes, sin que fuésemos capaces de llegar a los constituyentes más elementales», dice José Bernabéu, catedrático de la Universidad de Valencia y reciente ganador de la Medalla de la Real Sociedad Española de Física y la Fundación BBVA.
Explicado de una forma sencilla, éramos capaces de enseñar en las escuelas de primaria lo que es la masa, pero ni el más sabio físico del mundo podía describir qué hace que los objetos tengan masa. Quizá esa ausencia de explicación ha sido el pretexto adecuado para que quien lo desee pueda situar a Dios detrás de su origen. El hallazgo el miércoles de una nueva partícula en el CERN consistente con el bosón predicho por Higgs permite a la Física demostrar cómo se originó la masa de la materia inmediatamente después del Big Bang.
Pero, aunque el LHC (Gran Colisionador de Hadrones) fue construido con el objetivo de buscar la llamada partícula de Dios, el acelerador tiene aún muchas cuestiones que responder. «El hallazgo del bosón de Higgs, no es el final, sino el principio», afirma Isidro González, investigador de la Universidad de Oviedo y miembro del experimento CMS, que hizo el descubrimiento.
Lo inmediato es aclarar si se trata o no del bosón de Higgs que coloca la última pieza del Modelo Estándar de la Física (la teoría que describe las partículas elementales y cómo interactúan en el Universo).
Para demostrarlo, se necesitan más datos y más tiempo para analizarlos. Pero, aunque se determine que no se trata de la partícula predicha por Peter Higgs, el simple hallazgo de esa nueva partícula sí permite explicar por qué los objetos tienen masa. A partir de ahora, y hasta que a final de año el LHC haga una parada obligatoria de dos años para poder pasar de una energía de 8 TeV a una de 14 TeV, los investigadores del CERN van a trabajar duro para determinar si la nueva partícula es o no el bosón de Higgs del Modelo Estándar. «Esperamos ponerle nombre y apellidos al bosón antes de final de año», dice Isidro González.
Después, la mayor energía del LHC permitirá aventurarse en las teorías que tratan de explicar el 96% del Universo que no está formado por materia ordinaria, como la supersimetría o la materia oscura. «Se nos abre la puerta a lo desconocido», explica Álvaro de Rújula, físico teórico del CERN. «Veremos si tiene el irresistible atractivo de la verdad, como el Modelo Estándar».
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