Dos líderes tan disintos en el espacio geográfico en el que se mueven y en su aventura personal, como Carlos Garaikoetxea y Alejandro Rojas Marco, vuelven a protagonizar, como ya hicieron entre 1979 y 1982, una parte importante de la vida política del Estado y, sobre todo, de sus respectivas comunidades: Euzkadi y Andalucía. Son dos «outsiders» que quieren ganar al actual campeón. Difícil trance por el que atraviesa el líder de Eusko Alkartasuna, enfrentado a unas elecciones generales en las que se juega el papel en esa obra dramática que es Euzkadi -y en las que su compañía, su partido, puede verse abocado a echar el telón por imperiosas y urgentes reformas.
Carlos Garaikoetxea rompió amarras con el viejo y esclerotizado PNV y consiguió dominar dos de las tres provincias vascas, con la ayuda de un grupo de dirigenmtes del nacionalismo democrático vasco que creían más en la socialdemocracia que en el carácter cristiano del partido fundado por Sabino Arana. No tuvo que atravesar ningún desierto ya que, en el primer combate electoral, llevó contra las cuerdas y estuvo a punto de noquear a su adversario político y antiguo condiscípulo, Xavier Arzallus.
Parecía imparable y Ajuria Enea, la sede del gobierno vasco, estaba al alcance de su mano. Casi la acariciaba, pero se movió el tablero. Arzallus y Ardanza se lanzaron a un pacto de gobierno que parecía casi imposible. Firmaron con el PSOE un matrimonio de intereses que iba a permitir al PNV recuperarse de sus heridas y a los socialistas vascos controlar puestos claves de la Administración vasca. Y esto a pesar de su carácter estatalista, y a tener enfrente a un ochenta por ciento de la población vasca -que votaba con fervor a alguna de las opciones autonomistas-, desde el conservadurismo peneuvista, hasta el radicalismo marxista-leninista de Herri Batasuna.
El guerrero ha vuelto desde Estrasburgo para reafirmar el carácter y el futuro de su partido, para cortar las voces que hablan de «regreso al viejo hogar» y para ganar esos cuatro o cinco escaños que necesita para volver a sonreir tras el retroceso que experimentó EA el pasado junio. Se ha encontrado con que el gobierno de coalición no le ha hecho «perder imagen y votos» al PNV. Tanto Arzallus como Ardanza han mejorado en el tratamiento de la taumaturgia política. Su análisis de la situación en Euzkadi, terrorismo incluido, es claro y brillante. El paso de los días y la campaña electoral le están devolviendo la antigua forma de fajador duro y roqueño, con una buena pegada y espíritu de sufrimiento.
No se cansa de repetir que Eusko Alkartasuna es la puerta por la que el Estado, España, puede entrar para arreglar el «problema vasco». Siguen insistiendo en que, primar a Herri Batasuna -como se está haciendo desde los medios públicos y privados de comunicaciónen contra de su partido, es un grave error; que sólo se debilitará a ETA cuando se debiliten sus opciones políticas, cuando el número de votos comience a descender y el termómetro de sangre baje de los dos dígitos. Con toda frialdad y juicio sereno, hay que darle la razón. En el sur, otro retornado a la política activa -aunque ya con más rodaje-, Alejandro Rojas Marco, se dispone a sentarse de nuevo en el hemiciclo de la Carrera de San Jerónimo. Este sí ha seguido una larga travesía del desierto. Las elecciones del 86 le convencieron de que el Partido Andalucista -antes Partido Socialista Andaluz- estaba a punto de desaparecer.
Había que insuflar entusiasmo a unas bases y a unos dirigentes cargados de buena voluntad, pero arrollados por el PSOE, incluso con un «jefe» tan cuestionado en Andalucía y Madrid como José Rodríguez de la Borbolla. Siempre ha dicho que el gobierno de la nación se gana o pierde en Andalucía. Quiere contribuir, junto al ardiente eurodiputado y alcalde de Jerez, Pedro Pacheco, a que ese aforismo se cumpla en perjuicio de Felipe González y Alfonso Guerra. Todos los pronósticos recientes le dan entre dos y tres diputados.
Ahí está la gran razón estratégica de los socialistas para presentar a Carmen Romero en Cádiz. El punto débil de los andalucistas está en la propia extensión de su comunidad, dividida política y económicamente en dos mitades, la oriental y la occidental. Rojas Marcos sabe que en Sevilla, Cádiz, Huelva -y hasta en Málaga- tiene «chance», posibilidades reales de arañar votos a todos los demás partidos y llevar a Madrid a dos o tres de sus hombres. En el resto de la Comunidad, el partido andalucista cae en picado y sus votos harán más daño al Partido Popular que al PSOE -ley DHont por medio. En Andalucía, la gran batalla está abierta, también, de cara a 1990, año de elecciones para la presidencia de la Junta autonómica.
El PSOE ha descartado a Rodríguez de la Borbolla y duda entre Manuel Chaves, Leocadio Marín y el consejero Montaner. Entre los andalucistas, la duda tiene carácter hamletiano: Alejandro o Pedro, Rojas Marco o Pacheco. Alejandro tiene la historia y el carisma del fundador. Pedro tiene el encanto, la agresividad. La elección dentro del Partido Andalucista se hará sin traumas, máxime tras el éxito de «volver a nacer» que les otorgan las encuestas. En el 90, habrá que contratar a José Luis Garci para que ruede en soporte magnético «Volver a empezar».
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