La moda deteriora las neuronas

Bolsos a 30 euros para las primeras 100 pesadas. ¿Quién iba a resistirse a eso? Servidora, imposible. Y dos millones de madrileñas, tampoco. Lástima que no tuviera una metralleta cerca. Que no fuera también la noche de los narcotraficantes de armas. Entendí también a esos pobres psicópatas norteamericanos que, de repente, entran en un McDonalds y se cargan medio Wichita... 

Les pasa lo que a mí anoche, que viven una frustración. 170 tiendas abiertas hasta las 12 de la noche, con todos sus oropeles y lentejuelas al alcance de una urraca comme moi y la american más tiesa que una mojama. Menos mal que estaba à côte de Carmen Lomana que es como el escaparate de Tiffany's NY, un lugar donde nada malo te puede ocurrir porque, en el de Madrid ni entrar me dejaron. Fuerte. Pero no me importa porque Lomana tiene una colección de birkins que te puedes morir y siempre podrá prestarme uno. 

Es maravilloso ser amiga de Carmen. Puedes ir vestida como una mamarracha que su luz te hace resplandecer a ti. Eso es generosidad divina. Se compró una pulsera de carey por la que Alaska y yo éramos capaces de matar. Y Pedro Almodóvar también. Que tiene una luxación el pobre. En el brazo. No podía ni señalar los cuadros de Juan Gatti que decoraban la boutique. Como Angel Schlesser que le faltaba el collarín para recibir. Luxado también y a sazón. A Blanca Martínez de Irujo, a Ailanto... Que por cierto, la ex de Fran Rivera ya podría habernos avisado de que Cayetano no iba a pisar por Armani porque hicimos cola hasta dejarnos los tacones pelados. 

Menos mal que Dios me iluminó y no se me ocurrió ponerme los de Cari Lapique que, en la puerta de Suárez ya abandonada por Naty y su Oscar de la Renta floreado, me mostró unos stiletto, lo último de Nicholas Kirkwood, que ni en Tacones Lejanos por recordar al manchego que, en Elena Benarroch dio besos pa' aburrir a Felipe González, Millán Salcedo, que también lo tuve debajo de casa en Azul y Tierra, o a Loles León acabando las reservas mundiales de jamón. Ibérico. Muy rico. Por cierto. Nuria March en Diane Von Fustemberg ni lo probó. Ella se lo perdió. Se quedaría muerta en Perodri como servidora ante los obreros chulazos que descubrían un rubí en plena obra. 

Pero yo me quedo con los de Chopard, en donde había lotería de diamantes, allí fue donde Carmen, ella incólume, yo, sudada como Camacho, me dijo una verdad para la que no estaba preparada: «¿El shopping? Te deteriora por momentos». Ya me lo dijo Patricia Field en Nueva York. «Te quedarás en manjatan para la Noche de la Moda. Pongo todo mi stockaje a precio de saldo». Y ahí estuve yo para decirle que en disfraces Menkes también y que no por eso iba a hacer noche en Mesonero Romanos.

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