Los paraísos de San Agustín

Dónde, el pasado? San Agustín lo ha escrito, en líneas que buscan sustrarse al discurrir del tiempo: si el pasado y el futuro son, ¿dónde? Deborah, que ya no es Debie, la cual fue Blondie y, hoy, sólo Señora Harry, nada puede sobre el fantasma en que quedó mutado -arrebatado al tiempo su pasado. Cantará el proximo fin de semana en Madrid. Naturalmente, no iré a verla. Me quedo con el fantasma. 

Siouxie, que fue Banshee -y ni sé ni me importa si continúa siéndolo sigue aullando en una madrugada de Rockola que, en mí, se preserva intacta y que, probablemente, no existió nunca. El presente es estepario. Siempre. Sólo en el recuerdo resultan anhelables los ausentes. Dice Borges no haber paraísos sino los perdidos. Tampoco deseos, más acá de lo legendario. Toda pasión es necrófila, como los griegos sabían: sólo es verdad la memoria. No es esta noche, fría y húmeda, poblada de automóviles ruidosos y borrachos estúpidos, la que, de pronto, abofetea el alma y la estemece. 

Sí la resonancia, en ella, de unos versos latinos olvidados, que hablaban del furtivo deslizarse a través de sus sombras. Sólo hay literatura. Y cine. Lauren Bacall, por ejemplo -implacable el ojo de Hawks en el punto de fuga-, dejando caer, desde el infinito, una mirada extraviada en blanco y negro. "Who's the name, Steve?». Y el universo presente -el universo tout court- queda suprimido de un plumazo. 

Porque no hay otro universo que esta caja negra de la sala a oscuras, ni otra mujer que ésta a la cual, en el estallido del haz de luz sobre la pantalla en blanco, inventa la memoria, instrumentando al ojo. Y, en ella, a todas las mujeres que no conoceremos. Por eso es el farsante de Godard el más inteligente. "El dolor lo inflingimos con palabras. Pero el dolor que sufrimos permanece en el cine y, por tanto, en silencio». «Imprecisas estrellas de la Osa...» Vaghe stelle... 

Las concretas estrellas presenciadas son cosa de la astronomía o la estadística. Nada hay en ellas de escalofrío mítico. Leopardi sólo es posible desde la rimembranza acerba. Ni es la melancolía fruto de este otoño, que hiere la mirada con su gasa de grises plateados. El otoño este, el de ahora mismo, es sólo un amasijo de accidentes atmosféricos, generadores de lluvia, barro, hedor de alcantarilla y sórdidas inundaciones en el Sur. 

Un día será, tal vez, objeto de evocación -lo que es lo mismo, leyenda. Cuando no exista de él más que memoria y su contorno se haya difuminado en el de todos los otoños y todas las memorias. Y sea sólo palabras. Sólo en la letra, el paraíso y el infierno. Debie Harry no existe. No hay presente. Mallarmé: «Y todo, en torno mío, vive en la idolatría / de un espejo». O, más sencillamente, Quevedo: «Soy un fue y un seré y un es cansado».

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