Los duques de Sajonia y sus tocados

«Me gustan mucho los idiomas, para mí son como una extensión del cerebro. Estudio catalán desde el primer día y por deformación profesional siempre estoy jugando con las palabras», explica sobre esa primera pieza compuesta con la asistencia de Gargo. Y advierte que no será la última.

Dani Orviz es el campeón nacional de Poetry Slam, coronado en el certamen de Jaén de hace apenas un mes. Tiene 35 años, borronea versos desde siempre y lleva cinco domando escenarios y micros. Hizo sus pinitos en el circuito madrileño, en locales como El Bukowski y Ojos Azules. Es diseñador gráfico, y aunque no abandonó la profesión, sí dejó la publicidad para dedicarse por entero a la nueva forma de la arcaica literatura oral en el siglo XXI.

Así como su identidad no es de una sola pieza, también resulta difícil definirlo porque el perfil del slammer no le cuadra por completo. «No me desagrada la etiqueta, pero se queda corta. Intento probar todo, no cortarme y pervertir la poesía». ¿Juglar? «Eso me gusta más porque también busco el entretenimiento y el propio recitado ya tiene algo de cabaret», aclara. Lo cierto es que el Slam tiene reglas muy estrictas: «En teoría sólo dispones del cuerpo y la voz», explica Orviz. Y el rapsoda también suele echar mano de montajes audiovisuales, música en vivo y atrezzo. Como es el caso de su show Mecánica Planetaria que repondrá el próximo 22 de junio en la sala Tinta Roja del Poble Sec junto a su citado amor en los controles y Jon Barrena a la guitarra.

Pero Mecánica Planetaria también es un poemario autopublicado de 2018 mucho más vasto que el espectáculo. «Fue un proyecto grande en el que quise incluir todo lo que fuera capaz», explica. Ahora algunos textos de ese libro como Niña de la cueva, Flash o Delicado Gourmet le sirven de apoyo en su debida adaptación transmedia. «Llevo tres años haciendo este show y lo voy ampliando, pero creo que ya tiene su forma definitiva», señala el rapsoda. Imposible describir su magia poética, si no se lo contempla en acción sobre el escenario. Entre otras cosas porque la performance es esencial, no desdeña la improvisación al componer en vivo una canción rimada con una decena de palabras que le propone el público y el humor es su mejor aliado.

Hay muchos caminos para llegar a Roma. A esa Roma en llamas e instantánea de la poesía oral. Y el de Orviz pasa sobre todo por la puesta en escena. A diferencia de otros slammer que privilegian el texto y su composición previa, él se lo juega todo al aquí y ahora de la oralidad. «Intento que los poemas se defiendan lo menos posible sobre el papel», confiesa. El camino opuesto lo sigue su amigo Marçal Font, ganador del último Slam Poetry de Barcelona, con quien mantiene una sana competición. Un joven librero de viejo de Badalona que se transforma en profeta pagano cuando declama el torbellino arrasador de sus textos.

Pero no es necesario ser devoto de Heráclito para sospechar que en el fondo esos dos caminos antitéticos son uno y el mismo. Y Orviz lo sabe porque en 15 días Ediciones Escalera publicará su nuevo poemario Muero sonriendo que reúne «cosas que permiten esa doble vertiente», reconoce, refiriéndose a la poesía cuya combustión se produce tanto en el micro como sobre el papel.

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